Un nuevo retoño nacido del tronco de la Orden de Predicadores
La Comunidad del Cordero fue fundada en Francia por la hermanita Marie. El 17 de diciembre de 1981, Monseñor Michel Kuehn, obispo de Chartres, reconoce oficialmente su fundación, y el 6 de febrero de 1983, la Comunidad es acogida en la diócesis de Perpiñán por su arzobispo-obispo, Monseñor Jean Chabbert. El 16 de julio de 1983, es reconocida como «un nuevo retoño nacido del tronco de la Orden de Predicadores» por el entonces Maestro de la Orden de Predicadores, padre Vincent de Couesnongle.
Actualmente, la Comunidad reúne a ciento sesenta hermanitas y a unos treinta hermanitos de diferentes países. Los hermanitos y hermanitas comparten un mismo Propósito de vida y pueden reunirse para los oficios litúrgicos. Ahora bien, su vida comunitaria y doméstica tiene un marco separado, existiendo fraternidades propias de hermanitos por un lado y de hermanitas por otro.
Desde 1996, el cardenal Christoph Schönborn o.p.,arzobispo de Viena (Austria), es el obispo responsable de la Comunidad.
Tras la elección del papa Francisco
En 1994, Mons. Jorge Mario Bergoglio nos acogía en Buenos Aires para fundar allí nuevas pequeñas fraternidades de hermanitos y hermanitas. Así ocurrió que, durante veinte años, fuimos ya contados entre las ovejas de su rebaño. Conocía él realmente por su nombre a todas ellas, y, así, a los dos días de su elección, nos convocó, junto con el cardenal Christoph Schönborn, a todos los hermanitos y hermanitas del Cordero que estábamos en Roma. ¡Qué alegría, poder haceros partícipes del ánimo y afecto paternales que aquel día nos prodigó! «Gracias por lo que hacen en la Iglesia. Juan Pablo II y el papa Benedicto insistieron en que más que maestros hacían falta testigos. Ustedes tienen una gran capacidad de ser testigos. Pura gracia. Consérvenla… Ese dar testimonio de la vida; la oración, la liturgia; ese pedir el pan, hacer autoestop; ese testimonio de pobreza y de alegría… Porque, a ustedes, la gente los quiere… Y de hecho yo les quiero agradecer». (Papa Francisco – 15 de marzo de 2013) Siguió a estas palabras un diálogo que, grabado en nuestros corazones de «hijos de la Iglesia», sigue resonándonos hoy como llamada, cada vez más apremiante, a vivir el Evangelio…, ¡«la alegría del Evangelio»! Que su bendición os alcance a todos.
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¹ cf. Mt 11,25