Nuestros primeros pasos en España: Barcelona, 1986
Es una de nuestras primeras misiones aquí, y nos hemos encontrado con una mujer, sin techo, acurrucada sobre los escalones de una plaza. Intentamos acercarnos. Con una mano, esta mujer se tapa la cara, con la otra, nos hace señas para que nos alejemos.
La toma de contacto es progresiva, dura varios días, y por fin nos permite sentarnos junto a ella, dejando ver su rostro: está hinchado, tumefacto, porque el cáncer ha avanzado. Nuestra amiga revela entonces su nombre: María.
Esperamos volvernos a ver. Pero, veamos, ¿cómo se llama esta pequeña plaza de encuentro? ¡Plaza «Verónica»!
Santa Verónica, tú que enjugaste el rostro de Jesús en el camino de la Cruz, ruega por nosotros, que se nos conceda recibir esta misma gracia y practicarla con nuestros hermanos, sin rehuir ante nuestra propia carne…
«Soy negra, pero hermosa» (Ct 1,5).
Tras varias semanas de ausencia durante el verano, María esperaba nuestro retorno. Cuando llegábamos por fin a la plaza Verónica, María se levantó, saliendo a nuestro encuentro con los brazos extendidos. Olvidando, empujada por la amistad, la fealdad de su rostro ¡nos saludó con un beso!
Después, a causa de otra enfermedad, María se volvió contagiosa. Ya no podía ser acogida en ningún centro. Solo le quedaba la posibilidad de estar aislada en el hospital, pero allí no quería ir. Así que, evidentemente, compartimos con ella nuestro pan esa Navidad pues no había lugar en el alojamiento, tanto hoy como ayer. Tras un período de tiempo bastante largo en nuestra fraternidad, volvió a partir.
Finalmente, María se fue hacia el Señor. Murió sola, en un jardín… Pero sabemos que: «A la hora de la brisa Dios se paseaba por el jardín» (Gn 3,8), y que por allí mismo andaba la tarde de su agonía, en Getsemaní, y también en la mañana de la resurrección.
Sabemos que se inclinó hacia ella y que ella escuchó cómo la llamaba por su nombre: ¡María! Y que ella lo reconoció:
«Rabbouni», que quiere decir «Maestro».
Y la fraternidad de Barcelona recibió este nombre, sin duda «inscrito en los cielos», de «Fraternidad de la Santa Faz».