Nuestros primeros pasos en Francia: Nîmes, 1 de noviembre de 1985
Salimos hacia Nîmes, mochila al hombro, habiendo recibido para dos noches las llaves de una casa de la que ni conocemos a los propietarios y que, además, en este momento están ausentes. La primera mañana nos arrodillamos para rezar antes de partir en plena ciudad en busca de la oveja más perdida y del pan de este día. No sabiendo ni dónde ir ni cómo hacer, le pedimos al Señor que nos ilumine por su Palabra. Abrimos la Biblia y leemos: «Nada más saltar a tierra, los discípulos ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan». Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar».«Venid y comed». (Jn 21, 9… 12).
Y emprendemos el camino.
Pronto nos encontramos en los barrios en vías de demolición. Al mediodía, mientras recorremos las calles susurrando el nombre de Jesús al ritmo de nuestro corazón latiente, un niño interpela a otros diciéndoles varias veces: «¡Venid a comer!». Nada sorprendente, pues son las doce pasadas. Pero la Palabra habitaba nuestro corazón. No podíamos más que dirigirnos hacia… ¡la Palabra!… hacia el niño:
«Lámpara es tu Palabra para mis pasos,
¡luz en mi sendero!» (Sal 118).
«¡Venid a comer!».
«¡Venid a comer!». Nos aproximamos a los niños y, después de familiarizarnos, les preguntamos: «¿Podría darnos vuestra mamá un trozo de pan para nuestro almuerzo?» Un niño se introduce en la casa negra y sórdida hasta que unos segundos después, se asoma a la ventana una mujer argelina. Una gran sonrisa ilumina su cara mientras dice: «Sí, ya vamos». Desde el fondo del pasillo oscuro, llega entonces una muchacha, ofreciéndonos con su mano izquierda un hermoso pan para que lo partamos, y, con la mano derecha, un plato con… cinco pescaditos. Nuestro corazón cambió de ritmo, todo transcurrió con gestos, y nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Pareciera que unas brasas iluminaran el oscuro pasillo. «Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez». (Jn 21.12-13)
«Anunciar el Evangelio con una Presencia de fondo,
la de Jesucristo…» (Propósito de vida, Cdad del Cordero)
sin duda es esta nuestra llamada.
Hemos de decir «adiós», ¡esto parece realmente una liturgia, una verdadera fiesta! Los niños ya no se separan de nosotras hasta el final de la calle, la mamá desde la ventana y la muchacha desde la puerta siguen haciéndonos señales de amistad, como si una gran bendición nos envolviera hasta el final.
Esta es la razón por la que la fraternidad de misión en Nimes recibió el nombre, sin duda inscrito en los cielos, de «Fraternidad de Tiberíades», ya que todo esto ocurrió, en la mañana de la Resurrección, a orillas del lago Tiberíades.